No te ciegues por los prejuicios, porque corres el riesgo de perderlo
Hector Pina (psicólogo y periodista en materia de salud del Houston Chronicle)
Una madre empezó a notar cambios en su hijo de 14 años. Él llegaba de la escuela y en vez de quitarse el uniforme, merendar e irse a montar bicicleta o a jugar con sus amigos del barrio, se encerraba en su habitación a escuchar canciones sobre amores desgraciados.
Un día la madre decidió que había llegado el momento de intervenir. Entró a la habitación de su hijo, que estaba en penumbras.
El chico estaba echado en la cama, mirando hacia la pared; sobre una mesita de noche el equipo de música tocaba una canción cuyo tema principal era acerca de lo malo que es amar cuando ya no nos aman.
"Uy, yo creo que alguien se ha enamorado por aquí", dijo ella, mientras descorría las cortinas para que la luz penetrara en la habitación.
De pronto, la madre notó que el muchacho tenía los ojos rojos e hinchados y la cara empapada en llanto. "¿De qué se trata, mi amor? ¿Algún amor mal correspondido?", preguntó.
"¡Es mucho lo que estoy sufriendo, mamá!" dijo el chico entre sollozos.
Su madre no sabía por qué, pero de repente se sintió muy alarmada. Se levantó de la cama y se dispuso a marcharse del cuarto, pero antes se volteó y dijo: "Mira, a los 14 años el sufrimiento no se conoce, se imagina. Si estás llorando por una desilusión amorosa, vístete y sal a la calle, que mujeres sobran".
"¡Para ti todo lo mío es tontería!" gritó el chico. "¿Qué sabes tú de la cruz que yo llevo por dentro?"
"Yo soy tu madre y te conozco mejor de lo que imaginas. Sé muy bien cuál es esa cruz, pero no me gusta pensar en ella para no volverme loca", dijo la madre antes de abandonar la habitación.
Ésta es una escena de la vida real que una buena amiga vivió con su hijo mayor hace años. Pero me parece que tal vez no sea una escena única, sino que de alguna forma u otra se repita en otros hogares hispanos.
Al final, esa amiga se enteró de que, en efecto, su hijo sufría de mal de amores, pero no por una chica, sino por otro muchacho de su misma escuela. Esto provocó un gran escándalo en la familia, al punto que su hijo se marchó de la casa siendo todavía un menor. Desde entonces han pasado seis años y no se ha vuelto a saber de él. Se cree que cruzó la frontera y se fue a México, de donde son sus padres y abuelos; otros dicen que se mudó a Canadá.
Pero lo cierto es que mi amiga se lamenta a diario de haber sido incomprensiva con la sexualidad de su único hijo varón, sobre todo por ser su madre.
Los padres conocen a sus hijos. Muchas veces, cuando estos les anuncian que son gays o lesbianas, muchos padres confiesan que ya albergaban sospechas, las cuales trataban de echar a un lado porque no querían aceptar la realidad. ¿Pero no es peor perderlo para siempre, que ande por ahí sin saber si está vivo o muerto?
No es fácil encarar esta situación, sobre todo en la comunidad hispana, donde la homosexualidad constituye aún un gran tabú, pero tú eres el adulto y, por lo tanto, eres quien puedes facilitar la oportunidad a tu hijo o hija para que, de una forma civilizada, te hable de quién es realmente, y juntos acuerden qué van a hacer a partir de ese momento.
Si te dejas cegar por la pasión y los prejuicios es muy probable que tu hijo acabe convirtiéndose en una estadística de tablas de suicidios o jóvenes desaparecidos.
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